Las cuatro señales de la iglesia renovada que vemos en la iglesia primitiva tienen que ver con las relaciones.
El primero que se menciona es la relación con los apóstoles. Los cristianos se dedicaron a recibir y preservar las enseñanzas de los apóstoles. También se relacionaban entre sí: perseveraban en la comunión, se amaban, se cuidaban unos a otros.
Ciertamente, tenían una relación con Dios. Lo adoraron en el templo y en sus hogares, formal e informalmente, con alegría y reverencia. Finalmente, los primeros cristianos interactuaron con el mundo fuera de la iglesia, y así cada día llegaban más personas y recibían el evangelio de Jesucristo.
El Espíritu Santo vino en Pentecostés y no abandonó la iglesia. Nuestra responsabilidad no es esperar a que regrese el Espíritu Santo, sino reconocer Su soberanía en la iglesia. Debemos humillarnos ante Él, buscar Su plenitud, Su dirección y Su poder. Cuando esto ocurra, nuestra iglesia se acercará más a ese maravilloso ideal que se nos presenta en el libro de los Hechos: enseñanza apostólica, compañerismo unos con otros, adoración viva y evangelización continua.
La iglesia es el pueblo santo de Dios, comprado por la preciosa sangre de Cristo y santificado por el Espíritu Santo. Sin embargo, Cristo aún no ha presentado a su novia ante el trono sin imperfecciones ni arrugas. Hay una tensión inevitable entre la realidad esencial y la realidad actual, entre lo humano y lo divino, entre el “ya” y el “todavía no”. Para mantener el equilibrio, es fundamental recordar que vivimos entre dos momentos clave de la historia: entre la primera y la segunda venida de Cristo. La historia de la iglesia transcurre entre lo que Cristo hizo cuando vino y lo que hará cuando venga nuevamente, entre el “ya” del Reino inaugurado y el “aún no” del Reino consumado.
¡Oremos por nuestras iglesias, para que sean renovadas y cumplan el propósito por el cual Cristo fundó Su iglesia!
Extractos del libro “Signs of a Living Church” de John Stott, Editora ABU.