En Juan 17 se nos presenta la presencia, la mente y el corazón de Dios. Se nos ha dado permiso para espiar cómo el Hijo se comunica con el Padre. Necesitamos quitarnos los zapatos ya que estamos en tierra santa.
Jesús ora: Por sí mismo, al acercarse la hora de la cruz (v. 1-5); Por sus apóstoles, a quienes reveló al Padre y que están reunidos a su alrededor mientras ora (v. 6-19); Por toda la Iglesia, presente y futura, compuesta por todos aquellos que creerán en él por las enseñanzas de los apóstoles (v. 20-26).
En los versículos 6 al 11 Jesús describe a las personas por quienes oraría. Es una descripción muy detallada, y aunque se refiere principalmente a los apóstoles, se refiere a ellos como discípulos ordinarios más que a su ministerio apostólico distintivo. La descripción contiene tres partes.
Primero, pertenecen a Cristo. Tres veces Jesús repite la verdad de que el Padre se los “dio” del mundo (v. 6 y 9), de tal manera que le pertenecen.
En segundo lugar, conocen al Padre. Porque si el Padre se los dio al Hijo, el Hijo les dio una revelación del Padre. Esto también se repite: “He manifestado tu nombre a los hombres que me diste del mundo”. (v. 6 y 8). Por supuesto esta revelación del nombre de Dios, este don de las palabras de Dios, se hizo en primera instancia a los apóstoles, pero desde ellos se ha transmitido a todos los discípulos de Cristo.
En tercer lugar, viven en el mundo. “Yo ya no estoy en el mundo”, dice Jesús, “pero ellos permanecen en el mundo mientras yo voy a vosotros” (v. 11a). Aunque fueron entregados “fuera del mundo” (v. 6) a Cristo, permanecen “en el mundo” (v. 11a) del cual fueron tomados. Necesitan ser espiritualmente distintos pero no socialmente segregados. Jesús los deja atrás como sus representantes o embajadores.
He aquí, pues, la triple caracterización que Jesús hace de su pueblo: Primero el Padre nos dio a su Hijo. En segundo lugar, el Hijo nos reveló al Padre. En tercer lugar, vivimos en el mundo. Vivimos en el mundo como un pueblo que conoce a Dios y pertenece a Cristo y por lo tanto (se da a entender) tenemos la misión única de darlo a conocer.
Extracto del libro La iglesia, una comunidad única de personas, John Stott, Editora Ultimato