No dejarse contaminar

Por Marta Lago

¿Alguna vez has experimentado el dolor de la traición? ¿Ese horrible sentimiento de ser traicionado por alguien cercano a ti en tus relaciones?

Echemos un vistazo más de cerca a cómo en una situación muy estresante que Jesús experimentó, todavía tuvo que lidiar con un traidor que era cercano a Él.

En el evangelio de Mateo conocemos una historia en la que Jesús está siendo llevado a prisión y el instrumento que indicaría este acto de ser tomado por las autoridades de la época, de ser denunciado, sería por uno de sus discípulos a través de una señal de intimidad. : un beso.

Previo al contexto de este acto de arresto, hubo un momento de íntima cercanía entre Jesús y sus discípulos cuando celebraron juntos una comida. Terminó con la celebración de la Sagrada Comunión, un sacramento que celebramos hasta el día de hoy en anticipación de “hasta que Él venga otra vez”.

En aquella época la gente se tomaba el tiempo para compartir juntos una comida completa, celebrando a Dios y regocijándose en la compañía de los demás y era costumbre en la cultura oriental que los trozos de comida se comieran con las manos y se compartieran en un mismo plato.

Jesús, el profundo conocedor de las personas y de las intenciones de los corazones, ya había advertido que quien comía con él lo traicionaría más tarde.

Lo sorprendente de este episodio que leemos entre los versículos 47 y 50 del capítulo 26 del evangelio de Mateo, es que a pesar de saber que Judas lo traicionaba en ese preciso momento, lo llama “amigo”.

Para Jesús, el problema de la traición, de la deslealtad, de la falta de amistad era con Judas y no con Él.

No se dejó contaminar por la fealdad que había en el corazón de Judas. Miró a su amigo, el que caminó durante tres años con él, el que compartió comidas, el que fue testigo de milagros, el que se maravilló de sus enseñanzas, el que caminó con Él.

Creyó en Judas hasta el último minuto de su acto de traición. Quizás pensó que en su manera íntima de llamarlo así, tendría oportunidad de mostrar arrepentimiento por lo que estaba a punto de hacer.

No sabemos sobre eso.

Hay varios desarrollos en este episodio que involucra a Jesús y Judas, y me gustaría mencionar solo un aspecto de este encuentro: ¡Él no se dejó contaminar!

Lo que usted y yo podemos aprender aquí en esta circunstancia es que nuestra integridad en las relaciones no está (y no debería estar) en las actitudes de las personas cercanas a nosotros. Jesús sabía quién era Él en Dios y no permitió que las personas o las circunstancias lo definieran, por muy crueles que fueran.

¡Él no se dejó contaminar!

No dio permiso para que lo que no era suyo (el mal de la traición) pudiera cambiar lo que pensaba de su amigo Judas.

Judas lo traicionó. ¡Él no!

¿Cómo estamos desarrollando nuestra integridad relacional con las personas con las que trabajamos? ¿Siempre existe el “sentimiento detrás”, “la pulga detrás de la oreja”? ¿Desconfianza?

Que la Gracia Maravillosa de Jesús nos alcance y nos transforme cuando nos enfrentamos a aquellas situaciones que pueden infectarnos, contaminarnos con el mal que hay en la vida y en el corazón de otras personas. Que seamos completos en la identidad que tenemos con el Padre, todo lo que Él dice de nosotros.

Y si nos identificamos con Judas en esta historia, que la misma Gracia Restauradora nos alcance para que podamos ser íntegros, dejando atrás el pecado de la traición.

 

Marta Lago trabaja en psicología clínica con enfoque sistémico y coordina el Proyecto Atención a las esposas de pastores metodistas de la V Región. Está casada con el obispo Adonias Lago, de la Iglesia Metodista.

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