Una petición respondida sobre fe para creer

Por Marta Lago

Si pudieras conocer físicamente a Jesús, ¿qué pedirías? Existe un recurso terapéutico que se utiliza como herramienta para ayudar a mentes inquietas y ansiosas a crear una imagen mental respondiendo a una sencilla pregunta: “¿Y si…”  

Te invito a crear un cuadro mental imaginando que Jesús está ahí a tu lado y tú, hablando con Él, le haces una petición. ¿Qué sería?

Al leer los Evangelios, conocemos a innumerables personas que tuvieron el privilegio de interactuar con Jesús, el Verbo Encarnado que vino a este mundo para completar la obra de Redención para toda la humanidad. Para todos los que creyeron en Él. 

Sabemos que Jesús fue una persona aquí en la tierra, que siempre estuvo rodeado de personas, siempre estuvo en compañía de otras personas porque ese era su material de trabajo: personas, personas que Él vino a redimir en el Plan de Salvación, pero que También se agradece estar con ellos. Siempre estuvo dispuesto a hablar, enseñar, debatir cuestiones profundas sobre el Reino de los Cielos, tocar a las personas, curarlas de sus enfermedades, influir en la forma de pensar de las personas sobre los más diversos temas, desde un tema serio como la Soberanía de Dios hasta donde podemos encontrar pan para alimentarnos.

Lo más intrigante es que Jesús siempre señalaba el camino, la dirección, respondía a las preguntas de las personas y las escuchaba con verdadero interés, con una escucha que calificaba de completa, íntegra e interesada. En lenguaje actual, diría que Jesús tenía el superpoder de la visión, al pasar a través de las personas: conocía la intención que existía en sus corazones, sabía discernir las mentes y los corazones. ¡Podía leer personas donde ni siquiera se pronunciaban las palabras!

Conociendo los encuentros de Jesús a través de los relatos de los Evangelios, se interesó por las personas al comer, entrar en las casas e incluso invitarse a quedarse como lo hacía con Zaqueo. Incluso pudo cambiar su ruta, en el episodio en el que conoció a Jairo, estaba dispuesto a acompañarlo a su casa.

Si pudieras conocer físicamente a Jesús, ¿qué pedirías?

Tal relato lo encontramos en el evangelio de Marcos, capítulo 9, desde el versículo 14 en adelante, cuando encontramos a un padre angustiado que busca una solución para su hijo terriblemente endemoniado. Los evangelios nos cuentan que primero, este padre acudió a los discípulos de Jesús y no pudieron resolverlo. Entonces, la gente, incluidos los escribas, comenzaron a discutir, teorizando las razones del fracaso de los discípulos.

Jesús se acerca y pregunta: – “¿Qué está pasando?”

Y luego, ese padre continúa hablando de los ataques que sufrió su hijo: convulsiones, espuma en la boca, rechinar de dientes, rigidez corporal. Y en varias ocasiones los demonios lo arrojaron al fuego y al agua. Y él era sordo y mudo.

Y luego escuchamos el gran lamento de Jesús cuando dice: ¡Oh, generación incrédula, hasta cuándo estaré con vosotros y hasta cuándo sufriréis! La cuestión esencial de ese padre, de los discípulos en esa situación, también podría ser problema vuestro y mío. Se trata de la pequeñez de la fe.

Queremos creer y creer, pero no estamos ejercitados en nuestra práctica de la espiritualidad de la fe, que es esa posibilidad que tenemos de trascender lo que se pone ante nuestros ojos.

Precisamente en este encuentro entre Jesús y su afligido padre encontramos una de las declaraciones más extraordinarias sobre la fe: – ¡Todo es posible para quien cree! Y conocemos el pedido de ese padre cuando exclama: ¡Yo creo! ¡Ayúdame en mi falta de fe! ¡Aumenta mi fe! 

Algo que me conmueve de esta afirmación es que el padre, consciente de Quién era antes, se incluye en el problema de su hijo cuando le pregunta a Jesús: ¡Ten compasión de nosotros y ayúdanos! 

El problema del hijo es también su problema. Se incluye a sí mismo incluso si él no fuera el problema. Él se pone en la misma situación de ayuda, reconociendo que la solución a la curación de su hijo también pasó por él.

Tendría que creer porque en ese preciso momento, su hijo no estaba en condiciones de ejercer su fe, estaba totalmente dominado por fuerzas del mal que le impedían ser consciente de siquiera buscar algún tipo de ayuda. 

El padre tuvo que ponerse en la posición de “pararse en la brecha” y creer por sí mismo y por su hijo totalmente incapaz. Esta historia termina bien porque en el versículo 27 leemos que “Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y se puso de pie”. totalmente liberado y salvado de su maldad.

Volviendo a la pregunta inicial sobre una petición que le haríamos a Jesús, creo que, como este padre, le pediría a Jesús que por compasión aumentara mi fe. Un tipo de fe que cree que en todas las circunstancias de mi vida y, ante este tiempo de incertidumbre, pérdida y dolor, Él está presente y espera que ejerza mi fe.   

Pidería fe para seguir creyendo y creyendo que con la ayuda de Dios y creyendo en su soberanía, pasaremos por las crisis de la vida. Creo que la clave para ejercer este tipo de fe quizás no tenga que ver con la cantidad, pues puede ser “como un grano de mostaza”. Tiene que ver con a quién hemos dirigido nuestras peticiones. 

Una fe que abre una puerta de relación con Dios y actúa como escudo que nos protege de nuestras inseguridades. 

¿Y cuál sería tu petición?

Que Dios, en Su inmensa compasión y gracia para cada uno de nosotros, conceda aquellas peticiones que estamos solicitando en súplicas y oraciones. 

“Ciertamente perecería si no creyera que veré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor, anímate, y él fortalecerá tu corazón; espera, pues, en el Señor”. Salmos 27:13,14

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