Salmo 16. 7-11.
En el camino de la vida, día tras día,
¡No te falte dirección, seguridad y alegría!
En la primera parte del Salmo, el escritor expresa un testimonio vibrante de lo que recibe de Dios: refugio, único motivo de adoración, comunión con quienes tienen la misma fe, compasión por los perdidos y una herencia incomparable. La pregunta guía de la primera parte: ¿Qué no cambiarías por nada en este mundo? Nos ayuda a preguntarnos también si ya hemos encontrado esta plenitud en Jesús, su perdón y su amor que da alegría y sentido a la vida.
Ahora, esta parte de la segunda parte del Salmo, del v. 7-11, podemos ubicarlo bajo el siguiente tema:
En el camino de la vida, día tras día,
¡No te falte dirección, seguridad y alegría!
El salmista reconoce, en estas líneas, que estamos en un camino, el camino de nuestra existencia, un camino que es necesario afrontar. En una situación como esta, algunas preguntas son importantes: ¿Quién es tu compañero de viaje? ¿Adónde te llevará? ¿Hasta dónde llegarás? Entonces, para él, una primera pregunta es fundamental: ¿Quién es su compañero inseparable en este viaje? Y no tiene dudas: La presencia del buen Dios, en todo tiempo (Sal 16,8a). A partir de esta certeza, desde la presencia constante del Señor, se nos garantizan, en este camino, tres virtudes, tres recursos muy importantes para llegar a un buen destino.
1- Dirección (v. 7): La traducción literal: “Adoraré al Señor que me ha aconsejado; También en las estaciones de la noche mis riñones me instruyen”. Lo que Dios me preocupa, me aconseja durante el día, se intensifica en el silencio de la noche. Entre nosotros existe el dicho: La almohada es la mejor consejera. Le he dicho a la gente que, cuando el sueño se nos escapa durante la noche, lo mejor es prestar atención a lo que el Señor tiene que decir y responder en oración, especialmente en intercesión. Esta condición nos recuerda la palabra motivadora del Sal 127.c: Él da a sus amados mientras duermen. El consejo y el cuidado del Señor son constantes incluso en los terrores de la noche.
Mientras que aquellos que no han elegido al Señor, aquellos que caminan hacia el mal, utilizan la oscuridad de la noche para realizar y practicar el mal, aquellos que aman al Señor son diferentes. Es consciente de que puede oír aún mejor la voz y la dirección del Padre en el silencio de la noche. Así, Jesús aprovechó este período para estar en comunión de oración con el Padre. Podemos recordar dos escenas de su actitud: – Pasó la noche en oración antes de elegir a los 12 discípulos (Lucas 6,12) y también vivió intensamente la oración en la oración. Getsemaní, en los dramáticos momentos previos a su detención. El resultado de la sumisión al consejo del Señor, a través de su Espíritu Santo, siempre llevará a la persona a decir: “Hágase tu voluntad, no la mía”.
2 – Seguridad: El v. 7 y 8 están conectados porque ambos comienzan con un verbo en el 1. Persona singular seguida de Yahvé como objeto vinculado al verbo. Además, es evidente la idea de una intensa comunión con el Señor día y noche. El salmista declara que sabe cómo ser sostenido. Incluso frente a las turbulencias de la vida, no serás sacudido ni sacudido. Esta parte prepara el final del Salmo, intensificando la descripción de la acción de Dios en nuestra peregrinación.
Pero, por ahora, vale la pena resaltar que, después de presenciar la dirección de Dios, el salmista ahora afirma su seguridad en el Señor, para ahora y en el futuro. Y comienza con una decisión. La traducción literal de esta primera parte sería: “He puesto al Señor siempre delante de mí”, dando así la noción de que, en todo lo que vive, el salmista declara que tiene al Señor presente y como referencia. Así como la flecha de la brújula insiste en señalar el norte, quien tomó esta decisión se dirige siempre al Señor y, en nuestro caso, a Jesús, cf. Hb 12.2. El resultado es seguridad ante las circunstancias cotidianas positivas y negativas. De ahí la segunda parte: “Porque él está a mi diestra, no seré conmovido”. El Señor libera a los fieles del tambaleo, del temblor y del resbalón, para que puedan permanecer seguros, incluso en medio de las tormentas de la vida (Sal 62,2,6; 112,6; 15,5; 30,6).
Por eso, en esta peregrinación, el Señor es nuestra seguridad.
Una vez que tiene la dirección y también la presencia bondadosa del Señor para los días de la rutina, el orador ahora se vuelve hacia adelante. Observemos la conclusión de su testimonio y su confianza en Dios.
En el camino de la vida, día tras día,
¡Que no falten dirección, seguridad y alegría!
Note lo que le da gozo (¡y mucho gozo!) al salmista en este v. 9: Que, incluso ante la muerte, Dios te dé seguridad. Y luego añade en el v. 10: “Porque no me abandonaréis en la tumba (en hebreo es seol – mundo de los muertos) y ni siquiera permitirás que tu santo sufra decadencia”. ¿Está el salmista aquí declarando una firme creencia en la resurrección? Probablemente no. Esta noción vendría, explícitamente, más adelante en el camino del pueblo de Dios, especialmente durante el exilio y después del mismo (Ex. Daniel 12.2). Pero sin duda la inspiración del Espíritu Santo hace que David sea profético aquí. Apunta a una grandeza que él desconoce, pero que se haría realidad siglos después, en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
En su predicación, ese día del descenso del Espíritu Santo, el apóstol Pedro usaría esta parte del Salmo para argumentar sobre el triunfo de Jesús sobre la muerte. Podemos comprobarlo en Hechos 2,25-28. Al mencionar el Salmo, es significativo el cambio en la última palabra del v. 9 que se cita en Hechos 2:26. Allí dice “seguridad” (como dando la idea de que, aunque pases mucho tiempo en la tumba, estará bien cuidado), pero aquí cambia a “esperanza”, es decir, el camino debe ser seguirse, no hay lugar donde quedarse. Por tanto, no sufrirá descomposición.
Pedro sostiene que David murió y permaneció en la tumba. ¡Pero Jesús, el príncipe de la vida, no lo hace! La trayectoria, con él, va más allá de la muerte.
Imagina que tienes un familiar en Europa, ya sea en Alemania, Italia, España, etc., y decides hacerle una visita. Coges un bonito coche, lo dejas todo ordenado y piensas: voy a emprender el viaje para visitar a este pariente lejano. ¿Será posible este viaje? No. Porque hay un océano enorme en medio del camino. Puedes, como mucho, llegar a la costa en coche y contemplar el mar, imaginando lo familiar que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, pero necesitarás otros medios para llegar.
En nuestro camino de vida, Jesús es quien nos garantiza la posibilidad de un camino completo, en este destino glorioso: ahora, después, también ante la muerte y, más allá, más allá, en la eternidad.
Sí, porque venció la muerte, no permaneció en el sepulcro y nos señala la luz de la resurrección.
Y así termina este Salmo de manera apoteótica. Al salmista parece faltarle palabras cuando dice: “Tú me darás a conocer el camino de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo, a tu diestra (es decir, el lugar de honor) hay deleite eterno” (Sal 16:11). Un placer que no es efímero, transitorio, que causa resaca, desilusión, culpa, sino alegría eterna, pura, justa y eterna. Placer que sólo Dios puede dar. Alguien dijo que este versículo nos da una suave descripción de la intensidad de lo que son para nosotros la eternidad y el cielo.
Este Salmo nos ayuda a preguntarnos:
1 – ¿Dónde buscas instrucción y dirección para el camino?
2 – ¿Quién te da seguridad día y noche?
3 – ¿Hasta dónde esperas llegar en el camino de la vida?
En el camino de la vida, día tras día,
¡No te falte dirección, seguridad y alegría!
¡Jesús nos da todo esto y mucho más! Él da dirección, seguridad y presencia ahora, frente a la muerte y más allá, en la eternidad. Mantenlo como tu compañía, siempre. Sigan caminando con la Palabra, la Palabra es Jesús.
Óscar Elías Jans